Hasta no hace mucho, para la gran mayoría el sentimiento de “pertenencia
a” nos hacia sentir más seguros a la
hora de socializar, pero afortunadamente cada día más, pensamos en nuestra imagen
y marca personal, ya no sólo como
embajadores de las empresas para las que colaboramos, trabajamos sino como
propios promotores de nuestra identidad. Ante este “nuevo” panorama llegar a ser
relevante, diferente, visible, en un entorno tan competitivo, requiere un
proceso interno y externo que exige mucha atención, tiempo… y es que somos los protagonistas
dentro y fuera.
El poder de una tarjeta de
presentación, no lo sabemos hasta que la hemos “perdido”. Vivimos en una
cultura donde el sentimiento a “pertenecer a” está arraigado al plano corporativo y más allá de eso no se tiene valor,(error en
el pensamiento), en cambio en otros países, está muy diferenciada la cultura de
la imagen y marca personal, es más, salvo que la representación sea sólo corporativa,
lo que prevalece ante todo lo demás, es la promoción personal, saben distinguir
muy bien cuál es el objetivo cuando interactúan y además están preparados en lo
que se refiere a la imagen personal.
Por esa razón y ante esta
evolución hacia “mi imagen/marca” no tener un elemento de presentación que deje
huella cuando no estamos presentes, que recuerde el encuentro… como una tarjeta
de presentación que no sea corporativa, es no posicionar tu marca y a ti
mismo, donde el uso para entrevistas de trabajo, eventos sociales, profesionales puede ser un factor para perder oportunidades
las busques o no y, aunque sólo sea un “trozo de cartulina” no olvides que incrementa
la imagen, y no digamos si además refleja lo que eres.
Enrique Alcat en su libro Influye escribe “Las personas nos fijamos
en muchos detalles mucho más allá de los mensajes que nos trasmiten”, cuanta razón.
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